Los muros de la soledad

Siento cómo la soledad me rodea y me envuelve, levantando sus muros inquebrantables a mi alrededor. Trato de gritar, pero sé que las sombras que transitan fuera de ellos no pueden oírme. Creería que tampoco son capaces de verme; siento sus miradas vacías atravesarme como si fuese aire, como si no existiera.

Mis piernas flaquean y me desplomo sobre el frío suelo de piedra. Siento el peso de mil dardos clavándose en mis entrañas, recordándome que no hay nadie allí para socorrerme, para rescatarme. Las lágrimas empiezan a desbordarse por mis mejillas, evaporándose en el ardor que emana de ellas. Siento cómo mi piel comienza a derretirse bajo aquellos ríos de lava. Trato de gritar, pero nadie me oye. Ni siquiera puedo hacerlo yo misma.

Mis manos se cierran en torno a mi garganta, acompañando con aquel desesperado gesto el horror de saberme silenciada. Lentamente, comienzo a sentir la presión. Me doy cuenta demasiado tarde de que soy yo misma quien la aplica. Intento respirar, pero mis pulmones no reciben oxígeno con el cual saciar su sed. Trato desesperadamente de separar las manos, pero permanecen pegadas a mi cuello como sanguijuelas.

En medio de la jauría de humanoides salvajes que me rodean, distingo tu rostro, tus ojos gélidos atravesándome sin decir nada. Clamo por tu ayuda pero no hay sonido alguno, sólo silencio. Tu mirada continúa fría, imperturbable. Cierro mis ojos lentamente, desvaneciéndome, y escucho el crujido de mi nariz al aplastarse contra el suelo. Pierdo el conocimiento, mis manos caen inertes al pavimento.

La vida fuera de los muros de mi soledad continúa. En su interior, sólo reina el silencio.

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